Puskás era húngaro, pero diferente. De hecho,
ni siquiera era Puskás. Nacido en Budapest, era de origen suabo, un ciudadano
húngaro de la etnia alemana que se instaló siglos antes en el transcurso del
Danubio y que mantenía el apellido familiar. Su nombre real era Ferenc Purczfeld, denominación
que adoptó a partir de la
Segunda Guerra Mundial (habida cuenta de los desmanes nazis y
la mala imagen de todo lo germánico). Nunca un apellido fue mejor escogido:
Puskás, en húngaro, significa escopeta. Aunque lo cierto es que la pierna
izquierda de Ferenc era más bien un cañón.
Con tan sólo 18 años debutó con la selección húngara. Pero
sería tras la Segunda Guerra
Mundial, en 1945, cuando el fútbol húngaro comenzaría a convertirse en una
potencia mundial. Puskás confiaba tanto en sus posibilidades, precisión,
potencia e inteligencia que tanto con el Honved de Budapest, su equipo local,
como con la selección de Hungría a finales de los 40, principios de los 50 se
convirtió en un ejemplo del fútbol.
Estamos en Finlandia, la
final de los JJOO de 1952 en Helsinki. Hungría gana la final a Yugoslavia y
Puskás, con 25 años, recoge la medalla de oro como capitán. El 25 de noviembre
de 1953, la máquina futbolística, que era la selección húngara, acomandada por
Puskás, vuelve a impresionar a todo el mundo ganando a la selección inglesa en
Wembley por 3-6, en lo que se llamó por entonces el mejor partido entre
selecciones.
En la capital de Austria se entera de que su ciudad, Budapest,
está siendo invadida por las tropas soviéticas. Puskás decide desertar y hasta se le llegó a dar por muerto durante
un tiempo. Huido del país junto con su equipo que
tenía partido de Copa de Europa en San Mamés contra
el Athletic (3-2
en Bilbao y 3-3 en el estadio de Heysel, Bruselas) decidió, y con él varios
compañeros, no regresar. Así comenzó un exilio futbolístico que acarreó una
sanción de la FIFA
de meses sin jugar. Tiempo en el que se fue a Latinoamérica y la Rivera Italiana , descuidando
su físico.
Santiago Bernabéu, con ese don que tenía, confió y luchó
para conseguir fichar a un Ferenc Puskás con 31 años y 18 kilos de sobrepeso,
el 11 de agosto de 1958. Consigue, además, que se nacionalice español. La crítica
no entendía cómo Bernabéu había fichado a un jugador con tantos kilos demás. Con
esos 31 años y dos temporadas sin jugar, Luis Carniglia, entrenador por
entonces, le dijo tanto a él como a Don Antonio Calderón que qué iba a hacer
con aquel hombre. Santiago Bernabéu le miró y le contestó: póngalo a punto,
porque es un gran jugador.
Ferenc Puskás realizó entrenamientos de mañana y tarde
durante aquel verano. Perdió en 45 días 12 kilos hasta que el 21 de septiembre
de 1958 debuta en el Santiago Bernabéu ante el Sportung de Gijón. El Real
Madrid gana 5-1 y Ferenc mete el 1º, el 2º y el 4º. Pronto se gana el apoyo de
técnicos y compañeros, y seguidores. En seguida pasa a ser para todos los
madridistas Pancho Puskas. En 1959, con 32 años, se convierte en el pichichi
del equipo por delante de Di Stéfano y formando un quinteto atacante
considerado por muchos como el mejor en
la historia del fútbol: Kopa, Rial, Puskás , Di Stéfano y Gento.
Aquel ataque
era letal. En 1960 se consigue la mayor goleada hasta el momento en liga: 11-2
al Elche. Y, sobre todo, se llega a la final de la Copa de Europa en Glasgow. 1960,
un partido en contra al Eintracht Frankfurt (7-3 para el Real Madrid),
considerado como el mejor partido de la historia de todos los clubes. De hecho,
todas las navidades, la BBC
en Inglaterra, lo repite y en él se ve la conexión magnífica que hubo en aquel
equipo.
Aquella final de Glasgow cerraba un ciclo de cinco copas
de Europa seguidas y abría otro con cinco ligas consecutivas hasta 1965. Además
del reseñado pichichi en 1959, lo volvió a ganar en la 60/61 con 27 goles en 28
partidos; en la 62/63 con 26 y en la 63/64 con 20. Cuatro pichichis, cinco
ligas, tres Copas de Europa y una Intercontinental que se resumen en 324 goles en
372 partidos con la camiseta del Real Madrid. Esa extraordinaria capacidad de
marcar goles le dio el sobrenombre de “Cañoncito pum”.
Ya en 1999, la
Gazzetta dello Sport nombró a Ferenc “Señor Gol”. Y también
jugó con la selección española cuatro partidos. Dejó el Real Madrid y el fútbol
en activo cuando tenía 40 años. Santiago Bernabéu le rindió homenaje en mayo de
1969 y toda la afición le rindió un caluroso adiós que emocionó al húngaro. Retirado
del fútbol en activo, se dedicó al mundo de los negocios pero rápido volvió a
los campos como entrenador: Grecia, Paraguay, Chile, Canadá, Egipto, Arabia
Saudí o Australia.
El
gran Puskás, Pancho para los españoles y Öcsi para los húngaros, es todo un
emblema para el madridismo. Un jugador que con 78 años, en agosto de 2005,
recibió en Budapest un nuevo homenaje. En octubre de 1995 la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol lo proclamó "máximo
goleador" del siglo XX, al sumar en su carrera 528 partidos y 512 goles.
En octubre de 2000 fue hospitalizado en Budapest para un
chequeo general, en el que se le detectó que sufría una arterioesclerosis
cerebral, por lo que quedó internado en la clínica Kutvolgyi. Desde entonces
sólo abandonó el hospital para asistir a algún homenaje puntual como el mencionado.
Ferenc Puskás murió el 17 de noviembre de 2006 en Budapest a causa de una neumonía.
Además, padecía el mal de Alzheimer desde el año 2000.
Pocos años antes de la muerte de este mítico jugador y en su honor, el Estadio
Nacional de Hungría cambió
su nombre al de Estadio Ferenc Puskás.
LO QUE QUIZÁS NO SABÍAS DE PUSKÁS
I. Si el
apellido tiene historia, lo de su nombre es de leyenda. Ferenc fue Öcsi para todos: familiares, amigos y
seguidores de su equipo (el Kispest, que luego se transformaría –más
nombres que cambian– en Honved al convertirse en el equipo del
ejército y compatriotas que disfrutaban con sus éxitos en la selección magiar.
Su llegada a la España
de finales de los 50 transformó a Ferenc en otro hombre. Primero en Francisco,
con la manía del régimen por españolizar los nombres extranjeros, pero pronto
sus compañeros en el Real Madrid le buscaron un mote. Lo cuenta don Alfredo Di Stéfano en la película, con su socarronería
mitad castiza mitad porteña: “Los Franciscos en España son Pacos, y en Argentina
son Panchos. Aquí en España, ya había un Paco, que era Francisco Franco; así
que le pusimos Pancho”. Pancho Puskás y sus cuatro goles en la
final de la Copa de Europa de 1960 para
la eternidad.
II. UN REGATE PARA APRENDER IDIOMAS. En noviembre de 1953, en las horas
previas a la histórica victoria de Hungría en Wembley por 3-6 (primera derrota de Inglaterra en su
casa), un entrevistador de la BBC
le echa en cara amablemente ante la cámara a Puskás que no hable inglés.
Visiblemente contrariado, y con un punto orgulloso de gallo de corral, Puskás le dice que lo aprenderá para la próxima visita.
Al día siguiente, en el partido, contestó con el balón e inventó
posiblemente el regate más famoso de la historia, humillando al gran Billy Wright ni más ni menos, el mítico capitán de
la selección inglesa en los 50. Con los años y quizá con parte de la vergüenza
de no haber podido contestar en inglés aquel día, Puskás aprendería italiano (su estancia en Bordighera y Roma
mientras duró su sanción de la
FIFA sin jugar), español (su excompañero madridista Santamaría recuerda que los tacos los aprendió
pronto y que el idioma lo mejoró leyendo las novelitas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía y Silver
Kane en los
largos viajes en tren de la época), griego (en su etapa de entrenador del Panathinaikos), algo de árabe (entrenó al Al-Masry de Egipto) y, por supuesto, el inglés(entrenó en
EE UU y también acabó su carrera en Australia haciendo campeón al Melbourne).
Este idioma le sirvió, además, para mantener una duradera amistad con el propio
Billy Wright, al que volvió a vencer con otra goleada de escándalo: 7-1 en Budapest el 23 de mayo de
1954, cuando
los ingleses buscaron la revancha del famoso 3-6.
III. UN DIOS GRIEGO MUY VIAJERO. Conocemos el legado que dejó en el Bernabéu,
pero quizá no éramos tan conscientes del recuerdo que late todavía en la
afición ateniense del Panathinaikos (luego entrenó brevemente al AEK). Tres Ligas y sobre todo la
clasificación para una final de la
Copa de Europa (en
Wembley, frente al Ajax de Cruyff, el 2-0 para los holandeses fue lo de
menos) de un equipo que dejó de ser amateur sobre la marcha. Puskas abandonó su
estampa de chico orgulloso y con un punto chulesco que lucía en Hungría durante
su estancia en Madrid.
En Grecia se hizo ciudadano del mundo. Por eso los
griegos le adoran por
ser una mezcla de Zorba (por
su amor a la vida y a la sonrisa) y de Ulises (por los viajes que continuó haciendo
toda su vida). Tras Hungría, el exilio (con una sonora gira por Europa y hasta
por Sudamérica, donde el Honved disputó un partido histórico en Maracaná frente al Flamengo), España y Grecia, Puskas recaló en EE
UU y Canadá (entrenó en San Francisco y Vancouver), Chile (Colo-Colo), Egipto (Al Masry), Paraguay (Sol y Cerro Porteño) y Australia, donde estuvo a punto de
quedarse a vivir entre la abundante colonia de griegos de Melbourne tras hacer
campeón al South
Melbourne Hellas. A
Hungría no regresó desde su salida a finales de 1956 hasta 1981, tras una
invitación del gobierno todavía comunista. Pudo instalarse allí de nuevo en
1992, restablecida la democracia, que le devolvió todos sus honores perdidos.
Desde entonces, Pancho Puskás ayudó a la Federación húngara de fútbol hasta que la
enfermedad se lo permitió.
IV. UN AS DE LOS NEGOCIOS. Hijo de futbolista, el joven Ferenc jugó
al fútbol desde crío y no tuvo otra profesión más allá de los ascensos
militares que le reportaban sus victorias en el terreno de juego con el equipo
del ejército, el Honved. Así llegó a coronel sin pegar un tiro fuera del campo
de fútbol, y le asignaron a una de las fábricas de Budapest como responsable,
enmarcado en uno de esos organigramas de política obrera tan absurdos y comunes
en los regímenes socialistas. Allí el bueno de Öcsi no daba un palo al agua.
Hasta que al regresar de los Juegos
Olímpicos de Helsinki 1952 con la medalla de Oro de campeones, el gobierno, que no
podía pagar dinero a sus futbolistas, pero sí ofrecerles prebendas, le puso al
frente de una
ferretería.
El
carácter de Puskás quedó rápidamente al descubierto: pasadas las horas muertas
jugando a las cartas, en aquel negocio no se atendía, ni se cobraba a nadie.
Sin quererlo, inventó el primer self service de Hungría.
Ya en Madrid, además de un
restaurante muy cerquita del Bernabéu donde se atendió incluso a las estrellas
de Hollywood que visitaban el Madrid de Samuel
Bronston y donde
Pancho invitaba más de la cuenta, alguien aconsejó a Puskas con poner una fábrica de salchichas. Por supuesto, aquello acabó fatal. Su único negocio rentable fue siempre el
fútbol. Y él lo sabía, quizá por eso nunca puso demasiado empeño en las demás
aventuras. Incluso en los momentos en los que el régimen comunista le echaba en
cara su falta de actitud ante el trabajo fuera de los estadios, Puskás tenía
clara su respuesta:“Mientras meta goles, no
tendré problemas”.
y V. EL DESTINO DE UN MITO. Tras la victoria en Helsinki, los
miembros de aquel Equipo de Oro húngaro se convirtieron en
ídolos en todo el mundo. Hasta la derrota en Berna en 1954 fueron el mejor
equipo del mundo, y recibían cartas desde todos los puntos del planeta. Una de
ellas, remitida desde Suecia, ponía sólo “Puskas, Hungría” en la dirección.
Naturalmente, llegó a su destino.
Y para aquel que le interese la película: Film Puskás Hungary Part I
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