Freitag, 15. Februar 2013

Una lucha contra el tiempo


La raqueta de Roger Federer descansa sobre uno de los bancos de la pista central de Rotterdam, donde defiende la corona de campeón alzada en 2012. El número dos del mundo, que no compite desde Australia, busca (ya en cuartos contra Benneteau) en la ciudad situada al oeste de los Países Bajos sumar el primer cetro del año en un territorio plagado de peligros: la cúpula del torneo holandés resguarda a la última camada de jóvenes tenistas a la que el helvético se ha enfrentado. 


Esta situación, tan incómoda para otros grandes campeones a lo largo de la historia, es terreno Federer. Cuatro generaciones distintas han competido frente a él y cuatro generaciones han terminado inclinando la rodilla. De Sampras a Dimitrov. De Agassi a Tomic. De Kafelnikov a Raonic. Pasando, por supuesto, por Roddick, Nadal, Djokovic, Murray o Del Potro. ¿Cuál es la clave para mantenerse imperturbable ante los cambios tras 1082 partidos disputados?

“Cuando Federer aparece en el circuito profesional y empieza a dar muestras de su categoría y nivel, era un jugador muy completo técnicamente que dominaba perfectamente todos los golpes del tenis, pero que principalmente desarrollaba su juego en la red, cerrando la mayoría de puntos y jugadas con su volea”, analiza Tati Rascón, extenista, director deportivo de la Federación Madrileña de Tenis. “Cuando llega a ser el número uno del mundo, y durante todos los años que se mantiene en esa posición, consigue cosas y rompe récords que será muy difícil que alguien vuelva a repetir, a parte de los que le quedan todavía por conseguir”.

Federer se convierte en profesional en 1998. Llega a su primera final dos años más tarde en Marsella. Gana su primer título en 2001, bajo la bóveda del torneo de Milán. Nunca vuelve a frenar, porque desde ese momento no transcurre una sola temporada en la que el suizo quede huérfano de títulos. El sendero que recorre en la élite le lleva a convertirse en un jugador eterno: ganador de 17 torneos del Grand Slam (76 títulos en total), número uno del mundo durante 302 semanas y poseedor de decenas de marcas difícilmente batibles. Fue cogiendo tanta confianza y mejorando tanto en todos los aspectos, que parecía absolutamente indestructible, era muy difícil derrotarle. Conseguía hacer todo lo que era muy difícil en situaciones demasiado fáciles para él. Mejoró tanto sus golpes de fondo y se sentía tan cómodo en esa zona, que cada vez le veíamos en sus partidos ir menos a la red para cerrar jugadas con su volea.





Nadal aparece en el camino de Federer por primera vez en Miami 2004. El suizo pierde el encuentro ante un joven de 16 años, pese a ser el número uno del mundo. Es la primera hoja de la rivalidad deportiva más importante de la última década prolongada durante 28 partidos en los mayores escenarios del universo.



Juntos jugaron partidos históricos que a buen seguro cualquier aficionado al tenis nunca olvidará. Sin duda consiguieron que la expectación por este deporte creciera hasta niveles que nunca hubiéramos imaginado. Pero también con estos partidos algo empezó a cambiar en el circuito: cada vez que se enfrentaban, era inevitable preguntarse, siendo tan bueno como era en todos los aspectos jugando contra los demás, ¿por qué el suizo, cuando se enfrentaba con Nadal y llegaba a los momentos críticos del partido, no los podía canalizar de la misma forma? El problema es que se había acostumbrado durante tantos años a ganar de forma tan cómoda a todo el mundo que, cuando Nadal le llevaba al extremo de sus fuerzas, jugando partidos de máxima intensidad, tanto mental como físicamente, Federer no estaba habituado a esa situación y en su cabeza había algo que en esos momentos no le funcionaba igual.

Me resultaba muy extraño ver a Federer confundirse tanto estratégicamente en estos partidos; era difícil entender cómo un jugador con tantos recursos como tenía y podía utilizar, jugara continuamente desde el fondo de la pista peloteando una y otra vez sin subir a la red y sin acortar los puntos en pistas de tierra e incluso en pistas rápidas. Daba la sensación de querer demostrar al mundo que tenía que ganarle haciendo el juego que a Nadal más le gustaba y sin duda más le beneficiaba. Creo que aquí es donde Federer se equivocaba y ahí empezó a perder su hegemonía. Roger comenzó a ceder la mayoría de aquellos partidos y eso le hizo que empezara también a perder parte de su confianza. Nadal demostró al resto de jugadores del circuito que Federer era humano y que se le podía derrotar. Eso provocó que no solo perdiera con Nadal, si no que jugadores con los que antes ni sufría compitiendo le empezaran a ganar.



Aparece entonces una etapa de tinieblas para Federer. Jamás abandona el Top4 del ranking, pero diversas voces vaticinan su funeral deportivo durante varios años consecutivos. Ante esta situación, muchos le dieron por enterrado; decían que ya no volvería a ser el mismo, pero nada más lejos de la realidad. Su motor, su cabeza y su ambición le pedían volver a lo más alto. Entonces, empezó a pensar dónde tenía que mejorar y ahí comenzó el principio de su adaptación para volver a ser el numero uno del mundo. Había pasado  mucho tiempo viajando solo, sin entrenador, porque pensaba no necesitarlo, pero en su nueva etapa lo consideraba fundamental y así lo dijo: quería a alguien que le pudiera ayudar a reencontrarse y evolucionar. Por eso contrató a Paul Annacone (antiguo entrenador de Pete Sampras).

Annacone no le tuvo que mejorar ningún golpe porque ya los tenía todos, solo le hizo ver cómo tenía que recuperar su confianza basándose en hacer las cosas que mejor sabía: jugar mucho más en la red, utilizar muchos más cambios de ritmo, ser más agresivo en todos los aspectos del juego, usar mucho mas su revés cortado y ser más incisivo con el liftado. Además de todo esto, le ayudó a dar otros pasos: hacer sus entrenamientos más cortos pero más intensos, planificar su temporada para tener más descansos entre torneos y así evitar las lesiones lo máximo posible (es increíble lo poco que se ha lesionado en su carrera) y, sobre todo, potenciar fundamentalmente los valores que le hicieron llegar a ser el mejor.



Y aquí es cuando digo que es increíble el mérito que tiene Federer por conseguir adaptarse como lo hizo, después de haberlo ganado todo y, por la ambición que tuvo para querer evolucionar en ese momento y así poder llegar a ser de nuevo el número uno. Después de perder su condición de líder  de la clasificación y bajar hasta el número tres, hubo un momento crítico en su carrera que afrontó con una actitud de diez.

En esa adaptación y evolución no tuvo que mejorar grandes cosas en el aspecto técnico porque ya lo tenía todo. Su evolución no fue en su juego, fue en su cabeza. La clave fue reencontrarse a sí mismo y recuperar la confianza que le hizo volver a encontrar el camino del éxito. Algo está claro: Federer, 15 años después de convertirse en profesional, sigue siendo tan favorito como el primer día 





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