La raqueta de Roger Federer
descansa sobre uno de los bancos de la pista central de Rotterdam, donde defiende la corona de campeón alzada en 2012. El número dos del mundo,
que no compite desde Australia, busca (ya en cuartos contra Benneteau) en la ciudad situada al oeste de los
Países Bajos sumar el primer cetro del año en un territorio plagado de peligros:
la cúpula del torneo holandés resguarda a la última camada de jóvenes tenistas
a la que el helvético se ha enfrentado.
Esta
situación, tan incómoda para otros grandes campeones a lo largo de la historia,
es terreno Federer. Cuatro generaciones distintas han competido frente a él y
cuatro generaciones han terminado inclinando la rodilla. De Sampras a Dimitrov. De Agassi a Tomic. De
Kafelnikov a Raonic. Pasando, por supuesto, por Roddick, Nadal, Djokovic, Murray o Del Potro. ¿Cuál es la clave
para mantenerse imperturbable ante los cambios tras 1082 partidos disputados?
“Cuando
Federer aparece en el circuito profesional y empieza a dar muestras de su categoría y nivel, era un jugador muy completo técnicamente que
dominaba perfectamente todos los golpes del tenis, pero que principalmente
desarrollaba su juego en la red, cerrando la mayoría de puntos y jugadas con su
volea”, analiza Tati Rascón, extenista, director deportivo de la Federación Madrileña
de Tenis. “Cuando llega a ser el número uno del mundo, y durante todos los años
que se mantiene en esa posición, consigue cosas y rompe récords que será muy difícil que alguien vuelva a repetir, a
parte de los que le quedan todavía por conseguir”.
Federer
se convierte en profesional en 1998. Llega a su primera final dos años más
tarde en Marsella. Gana su primer título en 2001, bajo la bóveda del torneo de
Milán. Nunca vuelve a frenar, porque desde ese momento no transcurre una sola
temporada en la que el suizo quede huérfano de títulos. El sendero que recorre
en la élite le lleva a convertirse en un jugador eterno: ganador de 17 torneos del Grand Slam (76 títulos en total), número uno del mundo durante 302 semanas y
poseedor de decenas de marcas difícilmente batibles. Fue cogiendo tanta
confianza y mejorando tanto en todos los aspectos, que parecía absolutamente indestructible, era muy difícil
derrotarle. Conseguía hacer todo lo que era muy difícil en situaciones
demasiado fáciles para él. Mejoró tanto sus golpes de fondo y se sentía tan
cómodo en esa zona, que cada vez le veíamos en sus partidos ir menos a la red
para cerrar jugadas con su volea.
Nadal
aparece en el camino de Federer por primera vez en Miami 2004. El suizo pierde
el encuentro ante un joven de 16 años, pese a ser el número uno del mundo. Es
la primera hoja de la rivalidad deportiva más importante de la última década
prolongada durante 28 partidos en los mayores escenarios del universo.
Juntos jugaron partidos históricos que a buen
seguro cualquier aficionado al tenis nunca olvidará. Sin duda consiguieron que
la expectación por este deporte creciera hasta niveles que nunca hubiéramos
imaginado. Pero también con estos partidos algo empezó a cambiar en el
circuito: cada vez que se enfrentaban, era inevitable preguntarse, siendo tan bueno como era en todos los aspectos jugando contra
los demás, ¿por qué el suizo, cuando se enfrentaba con Nadal y llegaba a los momentos
críticos del partido, no los podía canalizar de la misma forma? El problema es
que se había acostumbrado durante tantos
años a ganar de forma tan cómoda a todo el mundo que, cuando Nadal le
llevaba al extremo de sus fuerzas, jugando partidos de máxima intensidad, tanto
mental como físicamente, Federer no estaba habituado a esa situación y en su
cabeza había algo que en esos momentos no le funcionaba igual.
Me resultaba
muy extraño ver a Federer confundirse tanto estratégicamente en estos partidos;
era difícil entender cómo un jugador con tantos recursos como tenía y podía
utilizar, jugara continuamente desde el fondo de la pista peloteando una y otra vez sin subir a la red y sin acortar los
puntos en pistas de tierra e incluso en pistas rápidas. Daba la sensación de
querer demostrar al mundo que tenía que ganarle haciendo el juego que a Nadal
más le gustaba y sin duda más le beneficiaba. Creo que aquí es donde Federer se
equivocaba y ahí empezó a perder su hegemonía.
Roger comenzó a ceder la mayoría de aquellos partidos y eso le hizo que
empezara también a perder parte de su
confianza. Nadal demostró al resto de jugadores del circuito que Federer
era humano y que se le podía derrotar. Eso provocó que no solo perdiera con
Nadal, si no que jugadores con los que antes ni sufría compitiendo le empezaran
a ganar.
Aparece
entonces una etapa de tinieblas para
Federer. Jamás abandona el Top4 del ranking, pero diversas voces vaticinan su funeral deportivo durante varios años
consecutivos. Ante esta situación, muchos le dieron por enterrado; decían
que ya no volvería a ser el mismo, pero nada más lejos de la realidad. Su motor, su cabeza y su ambición le pedían
volver a lo más alto. Entonces, empezó a pensar dónde tenía que mejorar y
ahí comenzó el principio de su adaptación para volver a ser el numero uno del
mundo. Había pasado mucho tiempo viajando solo, sin entrenador, porque
pensaba no necesitarlo, pero en su nueva etapa lo consideraba fundamental y así
lo dijo: quería a alguien que le pudiera ayudar a reencontrarse y evolucionar.
Por eso contrató a Paul Annacone (antiguo entrenador de Pete Sampras).
Annacone
no le tuvo que mejorar ningún golpe porque ya los tenía todos, solo le hizo ver cómo tenía que recuperar su
confianza basándose en hacer las cosas que mejor sabía: jugar mucho más en
la red, utilizar muchos más cambios de ritmo, ser más agresivo en todos los
aspectos del juego, usar mucho mas su revés cortado y ser más incisivo con el
liftado. Además de todo esto, le ayudó a
dar otros pasos: hacer sus entrenamientos más cortos pero más intensos,
planificar su temporada para tener más descansos entre torneos y así evitar las
lesiones lo máximo posible (es increíble lo poco que se ha lesionado en su
carrera) y, sobre todo, potenciar fundamentalmente los valores que le hicieron
llegar a ser el mejor.
Y aquí
es cuando digo que es increíble el
mérito que tiene Federer por conseguir adaptarse como lo hizo, después de
haberlo ganado todo y, por la ambición que tuvo para querer evolucionar en ese
momento y así poder llegar a ser de nuevo el número uno. Después de perder su
condición de líder de la clasificación y bajar hasta el número tres, hubo
un momento crítico en su carrera que afrontó con una actitud de diez.
En esa
adaptación y evolución no tuvo que mejorar grandes cosas en el aspecto técnico
porque ya lo tenía todo. Su
evolución no fue en su juego, fue en su
cabeza. La clave fue reencontrarse a sí mismo y recuperar la confianza que
le hizo volver a encontrar el camino del éxito. Algo está claro: Federer, 15 años después de convertirse en
profesional, sigue siendo tan favorito como el primer día.